Solía llamar “princesa” a varios intereses románticos. En esencia, quería adularlos.
Pero a largo plazo, en el mejor de los casos, a ninguno de ellos le gustó porque parecía condescendiente (eres un príncipe azul, la salvadora de que ella sea una princesa, la damisela en apuros). En el peor de los casos, se consideraba espeluznante.